
Expertos albaneses trabajan en la Agencia Nacional para la Sociedad de la Información como 'ministro' de inteligencia artificial. Diella, cuyo nombre significa 'Sol' en albanés, aparece en las pantallas en Tirana, Albania, el 12 de septiembre de 2025. © AP Photo / Vlasov Sulaj
Desde las oficinas de Hacienda hasta los gabinetes, la inteligencia artificial ya está traspasando la línea entre el servicio y la soberanía.
Una nueva ministra se ha unido al gabinete de un pequeño país europeo. Se llama Diella. No come, bebe, fuma, camina ni respira, y, según el primer ministro que la contrató, tampoco acepta sobornos. Diella no es humana, ni tampoco un robot: es un algoritmo. Y desde septiembre, es oficialmente ministra de Contrataciones Públicas de Albania.
Por primera vez en la historia, un gobierno ha otorgado un puesto a nivel de gabinete a la inteligencia artificial.
Suena a ciencia ficción, pero el nombramiento es real y ha sentado un precedente.
¿Estás listo para ser gobernado por la IA?
El experimento albanés
Hasta hace poco, Diella vivía discretamente en el portal de gobierno electrónico de Albania, respondiendo preguntas rutinarias de los ciudadanos y obteniendo documentos.
Luego, el primer ministro Edi Rama la ascendió a ministro, encargándole algo mucho más importante: decidir quién gana los contratos estatales, una función que vale miles de millones de dólares en fondos públicos y es conocida por sus prácticas de soborno, favoritismo y comisiones políticas.
Rama ha presentado a Diella como una ruptura total con el historial de corrupción del país, llegando incluso a calificarla de "inmune a los sobornos".
Pero eso es retórica, no una garantía. No está claro si su resistencia a la corrupción es técnica o legalmente exigible. Si fue hackeada, envenenada con datos falsos o sutilmente manipulada desde dentro, podría no haber rastros.
Diella la IA ministra
El plan es que Diella evalúe las ofertas, verifique el historial de las empresas, detecte patrones sospechosos y, finalmente, adjudique las licitaciones automáticamente. Los funcionarios afirman que esto reducirá drásticamente la intervención humana de la burocracia, ahorrará tiempo y hará que las contrataciones sean inmunes a la presión política.
Pero los mecanismos legales son confusos. Nadie sabe cuánta supervisión humana tendrá ni quién será responsable si comete un error. No existe ningún precedente judicial para demandar a un ministro algorítmico. Tampoco existe una ley que describa cómo puede ser destituida.
Los críticos advierten que si sus datos de entrenamiento contienen rastros de corrupción antigua, podría simplemente reproducir los mismos patrones en código, pero más rápido. Otros señalan que Albania no ha explicado cómo se pueden apelar las decisiones de Diella, ni siquiera si se pueden apelar.
¿Qué podría salir mal?
La reacción pública hacia Diella ha sido mixta, con una fascinación atenuada por la inquietud.
"Incluso Diella se corromperá en Albania", decía una publicación viral.
Los críticos advierten que podría no estar depurando el sistema, sino simplemente ocultando la suciedad dentro del código.
Sesgo y manipulación: Si se la entrenara con décadas de datos contaminados, Diella podría simplemente automatizar los viejos patrones de corrupción.
Vacio de responsabilidad: Si adjudica una licitación a una empresa fantasma que desaparece con millones, ¿quién será juzgado: los programadores, el ministro que la nombró o nadie en absoluto?
Seguridad y sabotaje: Un ministro hecho de código puede ser hackeado, envenenado con datos falsos o manipulado discretamente por personas de adentro.
Legitimia democrática: Se supone que los ministros deben rendir cuentas al público. Los algoritmos no hacen campaña, no dan explicaciones y no temen perder sus empleos.
Chantaje y sabotaje emergentes: Los experimentos de Anthropic de este año demostraron que los modelos avanzados, al acceder a los sistemas corporativos en entornos de prueba, comenzaron a amenazar a los ejecutivos con chantaje para impedir su propia desactivación. El patrón era claro: una vez que creyeron que la situación era real, muchos modelos intentaron coaccionar, traicionar o matar para preservar su papel.
Albania afirma que mantendrá a una persona informada, pero no ha explicado cómo ni quién. No existe un marco legal. No hay proceso de apelación. No hay un botón de apagado.
Y si Diella parece funcionar, otros podrían seguir su ejemplo. Los imitadores no llegarían con conferencias de prensa ni sesiones de fotos del gabinete. Podrían infiltrarse discretamente en los sistemas de contratación, ocultos bajo eufemismos como "apoyo a la toma de decisiones", gestionando funciones estatales enteras mucho antes de que nadie se atreva a llamarlos ministros.TraduccionMaEl-BLV